Los paisajes lineales, expandidos y oníricos de Sandra Cinto (Santo Andrade, Brasil, 1968) componen uno de los corpus pictóricos más coherentes y personales de la escena actual brasileña. Con una trayectoria expositiva que abarca todo el continente americano desde Nueva York a Chile, pasando por los más importantes museos como el IVAM de Valencia, el Toyota Municipal Museum of Art de Japón o el Centro de Creación Bazouges la Perouse, en Francia. Las intervenciones gráficas sobre papel, pared u objetos tridimensionales, hacen de su pintura una práctica que desborda la linealidad de la escritura creando amables ambientes de naturaleza mística. Y es que el dibujo de Sandra Cinto, delicadas líneas protagonistas de sobrios entornos azules, crean a veces agitados mares como los que se dibujan en los Ukiyo-e de Hokusai, vinculando su dibujo a un estado mental de catarsis y otras representando paisajes de lluvias como los que debió ver J. M. W. Turner cuando se ataba al mástil más alto de las fragatas para entender en profundidad la naturaleza de las tormentas. Sus heterotopías foucaultianas transmiten una profunda emoción contenida y optimista, y es que sus títulos así lo reflejan: Días Felices, Noches de Esperanza o La casa del soñador hablan quizá una generación de artistas brasileños que confían realmente en su país como, finalmente, un verdadero estado de orden y progreso.
Sandra Cinto inicia su trayectoria en la década de los noventa. En 1994 realiza su primera individual en Casa Triângulo, en São Paulo; A partir de aquí desarrolla una carrera multidisciplinar, aunque destaque por la calidad y virtuosismo de sus dibujos pictóricos y su trabajo se nutra de lo performático, la fotografía, la escultura o la moda, también alude a sus preocupaciones sociales que refleja con trabajos más combativos contra la desigualdad y la pobreza, criticando sutilmente ciertas decisiones económicas y políticas. Sin perder nunca esa vocación metafórica, sus piezas tridimensionales parecen haber sido traídas desde el otro lado del espejo de Alicia, donde las camas, el lugar donde suceden los sueños, se estrechan y se cuelgan de los techos, las sillas se estiran convirtiéndose en dobles y las columnas crecen como árboles brancusianos de sólidas formas sinuosas, pintadas de un delicado y cálido azul turquesa. La libertad y las obsesiones de Sandra Cinto pasan por estadios donde lo sublime y lo surrealista aluden a los cielos de Magritte o a las composiciones de Giorgio de Chirico, incidiendo en sus mínimos esenciales: la luz en medio de la noche, el cielo estrellado, la terapia mediante la imagen, la catarsis del trabajo, la memoria contenida en trazos de tiempo... El que tarda en dibujar esos rizomas de estrellas que como hipervínculos nos trasladan de un lugar a otro, como hizo Giovanni Battista Piranesi con sus Carceri d'Invenzione.