La pintura joven portuguesa está representada por la figura de Manuel Caeiro (Évora,1975). Una pintura de articulación moderna que ha sido exhibida en ferias como ARCO o museos como el MACUF, siendo adquirida por las principales colecciones portuguesas como la Barclays, CGD/Culturgest, BES Vida o Banque Priveé Edmond de Rothschild. Su juventud no le resta talento para trabajar artesanalmente una pintura estructural, basada en geometrías modulares que actualizan la retícula de Mondrian, construyendo espacios cartesianos de llenos y vacíos que se asemejan a estructuras arquitectónicas. Su acercamiento a la realidad es racional y figurativo, aunque sus fondos de luminosos blancos aportan una percepción ilusionista y emocional de los espacios, tanto del espacio interior del cuadro, como del de la sala que lo alberga.
Es una pintura de paisaje, pero de osadas perspectivas y múltiples puntos de fuga, donde el dibujo y el trazo soportan el peso de un color organizativo, que actúa como principio de percepción. El rojo cadmio, nexo narrativo de sus últimas series, articula los volúmenes llamando poderosamente la atención de nuestros sentidos, advirtiendo la dimensión metafísica de intensa afectividad de lienzos que se convierten simultáneamente en signo y significado, expresándose únicamente a ellos mismos.
Manuel Caeiro se traslada a Lisboa a mediados de los años noventa, donde estudia pintura en la Facultad de Bellas Artes. Su investigación sobre la geometría despunta desde el principio de su carrera cuando comienza a pintar composiciones geométricas abstractas: cajas llenas de compartimentos, pequeñas maquetas o casas de la playa, como en Dreamhouses, serie donde utiliza una amplia gama de colores y técnicas, entre ellas el pastel, el óleo o la acuarela para conseguir diferentes texturas. Downtown es el título de su última serie, vertebrada en un abanico de piezas, perspectivas y composiciones de común idiosincrasia, que representa vigas encontradas de espacios en rehabilitación o construcción. Elementos que sirven de soporte y ligazón entre diversos pisos y materiales, columnas vertebrales de la vida en la ciudad. Caeiro suspende en el aire esas vigas que no actúan como soportes definitivos, sino como indicadores de un proceso, constructores de un espacio tridimensional que necesita de un esfuerzo de abstracción por parte de los ojos del espectador. El diálogo con el espacio lo convierte en memoria de habitación, mecanismo de supervivencia y desarrollo, metáfora de una sociedad, la nuestra, estructurada en convenciones, lo que convierte sus imágenes en metáforas profundamente humanas.
“Cada serie de trabajos corresponde a un línea de pensamiento, que exige un nombre, digámos el vértice de la pirámide. Después ese pensamiento se ramifica en varios brazos y cada trabajo es uno, tiene que tener su propio título. La contextualización de estas cosas para mí es muy importante y confiere al trabajo una autonomía para traducir la imagen en pensamiento”.