Son las pinturas de Miki Leal (Sevilla, 1974) un exponente decisivo de la nueva abstracción figurativa. Sus paisajes a medio camino entre la contemplación, la fantasía y la cultura de masas, combinan la fuerza de la expresión del gesto con la emoción de lo efímero del instante. Su carrera despunta en 2006, cuando es seleccionado para la BIACS. En 2007 gana el Premio Altadis y en 2009 una beca CAJASOL. Su obra forma parte de las colecciones del Reina Sofía, el Patio Herreriano, el MUSAC o el Artium. En su proyecto pictórico no hay alardes, ni acabados hieráticos, tan sólo una pintura ágil que comienza a plein air y termina en su estudio de Madrid donde los brochazos de acuarela, transparentes y acuosos, se rematan con el climax cromático de la pintura acrílica. Una catarsis que comienza siempre con el papel en blanco, un soporte propio del dibujo pero que él utiliza para pintar, tomando ciertos elementos figurativos trabajados con detalle, motivos intrascendentes a primera vista, pero que luego compone sobre fondos de atmósferas surrealistas-pop a través de la mancha, los drippings y los salpicados; Y es que hay algo de improvisado en sus pinturas, quizás por qué Miki Leal empezó su carrera como músico de Jazz, vocación que abandonó al descubrir a Matisse, a Zurbarán y a Velázquez y más tarde por su fascinación por los pintores del movimiento sevillano de los ochenta.
Miki Leal empieza a hacer sus primeras colectivas a finales de los años noventa. En ese momento funda, junto con Juan de Junco y Fer Clemente, The Richard Channin Foundation, un colectivo con sede en Sevilla de influencia pop preocupado por aportar una renovación a las artes plásticas. En este momento practica una pintura narrativa y extrínseca, muy vinculada al paisajismo; Pero su evolución hacia una pintura más introspectiva y emocional quizá comience con su proyecto La Cabaña, con el que visita para tomar apuntes del natural, (apuntes que una vez de vuelta a su estudio convierte en cuadros), las cabañas donde se retiraban Le Corbusier en la Costa Azul y la más famosa, la de Heidegger en Todtnauberg, en la Selva Negra alemana. Pintor que dibuja y dibujante que pinta, Leal incorpora ciertas premisas del pensamiento zen a una particular visión del paisajismo aportando una espiritualidad transigente e irónica, donde sitúa elementos arquitectónicos que nos sirven de referencia mientras combina valientes perspectivas, planos cinematográficos, gestos del cómic, trazos rápidos, escrituras automáticas, personajes de cuentos, animales antropomorfizados... en los que se pueden reconocer, a veces, las extensiones boscosas de Peter Doig, las fotografías de Ed Ruscha, las composiciones y los colores de David Hockney o algo de los fotogramas pintados de Luc Tuymans...
Todo lo que yo pinto son paisajes, con personajes o no, pero siempre paisajes. Empiezo el lienzo en blanco y pinto un paisaje lo primero, hasta que el cuadro cobra autonomía y me propone cosas distintas. Me interesa mucho el sentir de las cosas, el intentar plasmar más que un momento una sensación, algo que tiene que ver con el tiempo.