Las
revelaciones que acontecen en las cumbres
Sobre el trabajo de Carla Andrade en "Llueven manchas de tiempo".
Decía María Zambrano que todo es un juego de luz, que solo el pensamiento es penumbra. De alguna manera el trabajo de Carla Andrade (Vigo, 1983) se revela constantemente entre estas dos variables; La luz por esa búsqueda incansable de la fotografía por dibujar el instante, y el pensamiento como la cara norte de una montaña que se alza épica y aterradora, a medio camino entre la poesía y la razón[1].
Llueven manchas de tiempo es, como no podía ser de otra manera, un gran paisaje. Una exposición pensada como un paseo por un bosque o una amable ascensión a una montaña, donde se presentan los últimos trabajos que la artista ha realizado en Nepal a principios de 2014; en ella se advierte una transición, y es que Andrade se expresa siempre desde el medio camino, nunca desde la falda o la cumbre, ni desde el principio o el fin. Sus imágenes no categóricas emergen instigadoras de la hibridación de dualidades: oriente y occidente, el vacío y lo desbordante, la acción y la contemplación, lo analógico y lo digital, el presente y la eternidad… valiéndose de la naturaleza como lenguaje pero manteniendo siempre la austeridad de formas y la poética inherente a la forma esencial.
Entrar en esta exposición nos traslada a un estado atmosférico y sosegado. Una invitación a huir de la velocidad contemporánea para adentrarse en un paraje intemporal, misterioso, atávico. Imágenes que te conectan con estados de contemplación casi primitivos. Para ello utiliza la fotografía como catalizador de lo fenomenológico, aunque también se vale de otros medios como el vídeo o la instalación.
Dice el famoso teórico de la fotografía John Berger que la fotografía existe para atrapar la realidad, pero la obra de Andrade nada tiene que ver con el documentalismo ni con la fotografía de viaje de los exploradores del XIX, aunque viaje incesablemente por Islandia, Nepal, Chile o Finisterre. Su lugar, si quisieramos acotar sus coordenadas fotográficas, estaría cerca del pictorialismo, una actitud que considera la fotografía como medio artístico per se y que surge en un momento de legitimación, cuando la fotografía no era considerada arte. En ese momento, finales del siglo XIX y principios del XX, los fotógrafos como Edward Steiner se acercan a la pintura academicista buscando un mayor reconocimiento aunque en realidad pretendieran humanizar una técnica algo denostada por su principio de realidad. Aquí surgen los primeros desenfoques, las imágenes vaporosas y oníricas, y se comienzan a potenciar los defectos de los propios materiales entendiendo el negativo como tabula rasa propicio para la manipulación. Estas estrategias fotográficas son adoptadas por Andrade en muchas de sus imágenes como en Error (2014), dos instantáneas de 100 x 25 y 100 x 82 centímetros en las que el error del negativo en el revelado distorsiona los colores como si fuera una pintura expresionista o en Montañas (2014), un díptico de 100 x 80 centímetros que retrata una cordillera desde un camino en las que surgen dos líneas ascendentes inquietantes, una a cada extremo de cada imagen. Lo mismo ocurre en Horizontes (2014), dos dípticos que representan la línea del horizonte, degradados en azules donde surgen de nuevo esas inquietantes estelas. El color, o la ausencia del mismo, se convierte en otra constante de su obra así como la repetición de paisajes desmaterializados que emergen entre densas capas de niebla. Así sucede en Blanco Vacío (2013), una serie de ocho fotografías que sirven de conexión con su proyecto anterior “Geometría de ecos”, ya que todos los proyectos de Carla Andrade se nutren del proyecto precedente y así entiende y materializa cada propuesta fotográfica como una cadena de pensamientos siempre conectados. Blanco Vacío (2013) supone la investigación del vacío no como ausencia, sino como presencia desbordante, un espacio espiritual de plenitud. Así el cielo blanco se confunde con la nieve blanca donde el único objeto reconocible es la montaña que emerge en expresión telúrica.
Los paisajes de Carla Andrade se construyen desde una mirada desafectada que pretende alcanzar lo intangible de la naturaleza. Sus fotografías, de clara influencia pictórica, retratan aspectos desapercibidos, inquietantes, siniestros incluso. Nubes (2014) es una serie de seis fotografías de 100 x 130 centímetros presentadas sin enmarcar. En ellas se muestran fragmentos de nubes en parejas de negativo-positivo cuya intención no recae sobre la forma física de las mismas como retrataría Andrea Mantegna en el siglo XV, ni sobre el aspecto evanescente de su morfología como haría Félix González Torres. Las nubes de Andrade son la representación de la potencialidad escondida de todas las cosas. Su experiencia es cosmogónica y un tanto maniquea. Todo lleva implícito su contrario, lo visible contiene un reverso de exacta y antitética dimensión.
Podríamos decir que en Llueven manchas de tiempo se presentan fotografías de “paisaje” siguiendo la definición que apunta Javier Maderuelo; “el paisaje es un concepto inventado o, dicho de otro modo, una construcción cultural. El paisaje no es un lugar físico, sino una serie de ideas, sensaciones y sentimientos que elaboramos a partir de un lugar”[2]. Los lugares de Andrade se construyen con tierra, aire, agua y viento (y curiosamente en Japón incluyen el vacío como quinto elemento), los cuatro elementos presocráticos cuyas combinaciones componen la totalidad del mundo. Tierra/Agua (2014) dos fotografías, en este caso enmarcadas de 47 x 70 centímetros representan esa misma búsqueda de lo esencial. En ellas no hay más que un primer plano del agua y de la tierra en blanco y negro, un juego formal sintético que se inspira de nuevo en lo binario.
Hay en Andrade una preocupación constante por lo poético, como en el título de esta exposición que alude al libro Os eidos del poeta gallego Uxío Novoneyra (Lugo, 1930), un haiku que hace referencia al agua y al clima pero también a esa concepción abierta del tiempo de la que ya hemos hablado con anterioridad. Lo poético es entendido y adoptado como intuición y método, pero también como estructura. No solo por la afinidad con poetas como Hölderlin, Baudelaire, o Rainer María Rilke, con sus tres miradas, romántica, simbólica o modernista de la naturaleza. Lo poético en Andrade se traduce en un exquisito gusto por el ritmo y la composición, además de un audaz empleo de las metáforas y los símbolos. No olvidemos que poética procede del latín poiesis, que significa crear, y crear no es más que un modo diferente de ver y estar en el mundo. Hay en Llueven manchas de tiempo una única pieza textual, un neón de luz blanca (de nuevo la luz está presente) con el adverbio temporal “YA”, que curiosamente según lo enuncies evoca todos los tiempos: el pasado, el presente y el futuro, aunque en Llueve manchas… el tiempo se presenta como no lineal, tautológico y orientalizado. Carla conjuga el lenguaje de la naturaleza desde unidades conceptuales mínimas, como los títulos de sus piezas, sustantivos que designan con sencillez la imagen que refieren. Árboles (2014) son una serie de cinco fotografías de 80 x 100 centímetros enmarcadas, donde lo representado es el error, el accidente, pero esta vez no desde el negativo, sino desde la excepción que surge de la propia naturaleza. En Mapas (2014) sin embargo, sucede algo parecido a lo que describe Borges[3] en el pequeño cuento “Del rigor en la ciencia”, en él narra cómo en un imperio lejano unos cartógrafos se propusieron crear un mapa con tal perfección que el mapa de una provincia ocupaba una ciudad. No satisfechos con esto crearon el mapa de un imperio que tenía las dimensiones del propio imperio. Finalmente tuvieron que “entregarlo a las inclemencias del sol y de los inviernos” pues era inútil. Mapas son dos fotografías de 33 x 40 centímetros tomadas desde un avión doméstico en Nepal. Realmente, como en el cuento de Borges, la cualidad cartográfica se anula convirtiéndose únicamente en metáfora, inútil para la ciencia pero intensamente evocadora para la imaginación.
La compleja simplicidad de las imágenes de Andrade se declina a través de la búsqueda de una geometría subjetiva. Las composiciones de sus encuadres no son sólo de una gran belleza estética, sino que buscan conectar con lo inefable. Un ejemplo claro podría ser Variaciones de pájaros (2014) catorce fotografías de pequeño formato (10 x 15 centímetros) donde trata de generar estructuras formales mediante elementos orgánicos. Ramas y pájaros se alinean para crear una plétora de líneas de fuga imposibles, estructuras fractales que se repiten constantemente en la naturaleza y que, como en la misma obra de Carla, implican un ritual. Lo mismo ocurre en Cables eléctricos (2014) once fotografías dispersas por la sala en las que podemos ver como varias líneas, el elemento geométrico esencial por excelencia, estructuran el paisaje. Ya Vassily Kandinsky[4] precursor de la abstracción pura, describió la línea como “el producto de una fuerza que se ha aplicado en una dirección dada” y le otorgó una dimensión poética: “una línea recta se corresponde con el lirismo, varias fuerzas que se enfrentan forman un drama…”. No solo el contenido de esta serie, sino su disposición en la sala, parecen querer articular un mantra, una evocación ritual que se repite una y otra vez como en una comunión litúrgica. Esa idea de montaje disperso y reincidente es reforzada por otra pieza que se expande por todo el espacio expositivo. Sin título (2014) es una instalación compuesta por guirnaldas de bombillas de 125 mm de diámetro que se encienden y se apagan lentamente en varios puntos del recorrido. La luz se utiliza como estrategia escultórica modeladora del espacio, pasando de la oscuridad al brillo cegador, interfiriendo en la recepción visual del resto de las obras.
Esta búsqueda de la geometría subjetiva responde también a la influencia del paisaje tradicional del ukiyo-e o la estampa japonesa de la escuela edo, donde grandes extensiones del papel se mantienen vacías, sin pintar, no como un boceto inacabado sino como parte necesaria integrante de la composición. Los grabados de paisaje de Katsushika Hokusai, por ejemplo, se componen delicados y abrumadoramente bellos retratando la atmósfera esencial de la naturaleza. Este exquisito minimalismo ha sido heredado, como no podía ser de otra manera, por los fotógrafos nipones contemporáneos. Masao Yamamoto o Hiroshi Sugimoto son dos ejemplos de artistas que inspiran el trabajo fotográfico de Andrade, las atmósferas, el color o su ausencia, la composición de mínimos, la sencillez, el respeto por la naturaleza…cualidades que Andrade recupera y reinterpreta en sus instantáneas.
Al margen de análisis estéticos hay otro aspecto destacable y realmente interesante de la obra de Carla Andrade, y es la reflexión sobre el propio medio fotográfico; Película (2014) es una pieza que conecta plásticamente con el famoso Cuadrado negro sobre fondo blanco de Kazimir Malévich pero que responde a una preocupación de la artista por la película fotográfica como materia prima. En esta serie (tres fotografías sin enmarcar de 50 x 34 centímetros obtenidas de un negativo de 35mm transferido a impresión por chorro de tinta sobre papel archivo) sólo podemos ver un intenso negro. Esta ausencia, o presencia absoluta, es el resultado de escanear la parte de la película que une cada negativo, esa ínfima transición casi cinematográfica. Andrade utiliza la parte física de la película que no ha sido expuesta a la luz, y que sirve de soporte entre disparo y disparo, para explorar la naturaleza de la misma como un objeto con tiempo y espacio propio, huyendo de la representación documental tradicional de la fotografía.
Como una extensión de su trabajo fotográfico surgen sus investigaciones videográficas. A medio camino entre el videoarte y el cine experimental Andrade incide en sus obsesiones aprovechando la dimensión temporal de la imagen en movimiento, potenciando al máximo las cualidades expresivas del medio. Bocanoite (2013) es un vídeo de 16 minutos grabado en HD que se presenta como un estudio de la “imagen-tiempo” de Gilles Deleuze. Sus planos largos y fijos la convierten en una película contemplativa, casi hipnótica, de una inmensa oscuridad psicológica. En él observamos un lago al que va cubriendo la noche conforme pasan los segundos. La edición, mínima, corta la escena sin transiciones acompañado de un sonido ambiente que aparece y desaparece alterando la percepción del tiempo, dejándonos abandonados a nuestros pensamientos. Bocanoite es una sinécdoque donde lo que se evoca no es lo que se ve, sino precisamente el fuera de plano, aquello que solo podemos imaginar. Algo similar ocurre en El desbordamiento (2013) y Luna (2014) ambas piezas, la primera presentada como una proyección sobre un plasma y la segunda montada en una pequeña caja que soporta un Ipad, comparten el paisaje, los planos largos, el subjetivismo de la cámara inmóvil como un tiempo suspendido. El desbordamiento (2013) muestra una superposición de imágenes que responde a esa idea reincidente de la vacuidad que encontramos en lo abigarrado. Un contrapicado enfoca las copas de los árboles que se desdibujan con los rastros de gotas de lluvia que caen. Luna (2014) en cambio es un alegato a la comunión entre lo uno y lo múltiple mediante una suerte de holística universal. Un vídeo de reducidas dimensiones donde el cielo es la metáfora del tiempo, días que se suceden de oscuras noches en un loop eterno.
No es habitual encontrar personajes físicos en la obra de Andrade, quizás un diminuto paseante perdido en la inmensidad del paisaje de otras series del pasado, pero no en las que se presentan en la Casa de las Artes de Vigo. Tan sólo en una única pieza podemos ver la vida diaria de los habitantes de la caótica ciudad de Patán (Nepal). Se vive el presente (2014) es un retrato videográfico de las rutinas de sus habitantes en un intento de eternizar lo cotidiano. En sus refugios urbanos, en los que siempre han vivido y de los posiblemente nunca se marcharán, repiten incansablemente sus rituales huyendo de la caótica ciudad, viviendo el presente como la única opción posible para su supervivencia. En esta pieza grabada en Super8 y en digital se mezcla la emoción: el color de planos cortos grabados a pulso de las acciones humanas, con el blanco y negro y el plano fijo que se corresponde con el ámbito de la mirada intelectualizada; el espacio de la razón.
Magma (2014) en cambio, se presenta como una vídeo instalación tridimensional en la que el espectador no sólo observa, sino que participa de la misma. Miles de partículas de fuego incandescente revolotean a nuestro alrededor dibujando caóticos trazos, desvaneciéndose y reapareciendo de nuevo como en una cadena kármica. La eternidad es representada como combustión molecular capaz de emitir luz sensible sobre nuestra piel. El sonido, en este caso la música, corre a cargo del artista canadiense Jonathan Kawchuk y nos remite a la idea de danza eterna. Da la impresión de que seamos nosotros mismos los que dancemos alrededor de una pira ardiente ritualizando el reino de lo mágico.
Llueven manchas de tiempo se convierte en la exposición individual institucional más extensa de la trayectoria de Carla Andrade. Sesenta y cinco fotografías agrupadas en trece series, seis vídeos y dos instalaciones que se presentan en una constelación de piezas que transmutan lo mirado y lo sentido en un espacio para el pensamiento, reconquistando el arte y la poesía para la cognición.
[1] “Poesía y razón se completan y requieren una a otra. La poesía vendría a ser el pensamiento supremo para captar la realidad íntima de cada cosa, la realidad fluyente, movediza, la radical heterogeneidad del ser. Razón poética, de honda raíz de amor” Zambrano, María, Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil, pág. 177-178.
[2] Tomado de “Carla Andrade. La naturaleza interrogada” de Carlos Delgado Mayordomo en el que cita a MADERUELO, Javier. El paisaje. Actas del II Curso Huesca: Arte y Naturaleza. Huesca: Diputación de Huesca, 1997, p. 10
[3] BORGES, Jorge Luis: “Del rigor en la ciencia” en la sección Museo de El Hacedor (1960)
[4] KANDINSKY, Vasili. Punto y línea sobre plano. Andrómeda. 2005.
Sobre el trabajo de Carla Andrade en "Llueven manchas de tiempo".
Decía María Zambrano que todo es un juego de luz, que solo el pensamiento es penumbra. De alguna manera el trabajo de Carla Andrade (Vigo, 1983) se revela constantemente entre estas dos variables; La luz por esa búsqueda incansable de la fotografía por dibujar el instante, y el pensamiento como la cara norte de una montaña que se alza épica y aterradora, a medio camino entre la poesía y la razón[1].
Llueven manchas de tiempo es, como no podía ser de otra manera, un gran paisaje. Una exposición pensada como un paseo por un bosque o una amable ascensión a una montaña, donde se presentan los últimos trabajos que la artista ha realizado en Nepal a principios de 2014; en ella se advierte una transición, y es que Andrade se expresa siempre desde el medio camino, nunca desde la falda o la cumbre, ni desde el principio o el fin. Sus imágenes no categóricas emergen instigadoras de la hibridación de dualidades: oriente y occidente, el vacío y lo desbordante, la acción y la contemplación, lo analógico y lo digital, el presente y la eternidad… valiéndose de la naturaleza como lenguaje pero manteniendo siempre la austeridad de formas y la poética inherente a la forma esencial.
Entrar en esta exposición nos traslada a un estado atmosférico y sosegado. Una invitación a huir de la velocidad contemporánea para adentrarse en un paraje intemporal, misterioso, atávico. Imágenes que te conectan con estados de contemplación casi primitivos. Para ello utiliza la fotografía como catalizador de lo fenomenológico, aunque también se vale de otros medios como el vídeo o la instalación.
Dice el famoso teórico de la fotografía John Berger que la fotografía existe para atrapar la realidad, pero la obra de Andrade nada tiene que ver con el documentalismo ni con la fotografía de viaje de los exploradores del XIX, aunque viaje incesablemente por Islandia, Nepal, Chile o Finisterre. Su lugar, si quisieramos acotar sus coordenadas fotográficas, estaría cerca del pictorialismo, una actitud que considera la fotografía como medio artístico per se y que surge en un momento de legitimación, cuando la fotografía no era considerada arte. En ese momento, finales del siglo XIX y principios del XX, los fotógrafos como Edward Steiner se acercan a la pintura academicista buscando un mayor reconocimiento aunque en realidad pretendieran humanizar una técnica algo denostada por su principio de realidad. Aquí surgen los primeros desenfoques, las imágenes vaporosas y oníricas, y se comienzan a potenciar los defectos de los propios materiales entendiendo el negativo como tabula rasa propicio para la manipulación. Estas estrategias fotográficas son adoptadas por Andrade en muchas de sus imágenes como en Error (2014), dos instantáneas de 100 x 25 y 100 x 82 centímetros en las que el error del negativo en el revelado distorsiona los colores como si fuera una pintura expresionista o en Montañas (2014), un díptico de 100 x 80 centímetros que retrata una cordillera desde un camino en las que surgen dos líneas ascendentes inquietantes, una a cada extremo de cada imagen. Lo mismo ocurre en Horizontes (2014), dos dípticos que representan la línea del horizonte, degradados en azules donde surgen de nuevo esas inquietantes estelas. El color, o la ausencia del mismo, se convierte en otra constante de su obra así como la repetición de paisajes desmaterializados que emergen entre densas capas de niebla. Así sucede en Blanco Vacío (2013), una serie de ocho fotografías que sirven de conexión con su proyecto anterior “Geometría de ecos”, ya que todos los proyectos de Carla Andrade se nutren del proyecto precedente y así entiende y materializa cada propuesta fotográfica como una cadena de pensamientos siempre conectados. Blanco Vacío (2013) supone la investigación del vacío no como ausencia, sino como presencia desbordante, un espacio espiritual de plenitud. Así el cielo blanco se confunde con la nieve blanca donde el único objeto reconocible es la montaña que emerge en expresión telúrica.
Los paisajes de Carla Andrade se construyen desde una mirada desafectada que pretende alcanzar lo intangible de la naturaleza. Sus fotografías, de clara influencia pictórica, retratan aspectos desapercibidos, inquietantes, siniestros incluso. Nubes (2014) es una serie de seis fotografías de 100 x 130 centímetros presentadas sin enmarcar. En ellas se muestran fragmentos de nubes en parejas de negativo-positivo cuya intención no recae sobre la forma física de las mismas como retrataría Andrea Mantegna en el siglo XV, ni sobre el aspecto evanescente de su morfología como haría Félix González Torres. Las nubes de Andrade son la representación de la potencialidad escondida de todas las cosas. Su experiencia es cosmogónica y un tanto maniquea. Todo lleva implícito su contrario, lo visible contiene un reverso de exacta y antitética dimensión.
Podríamos decir que en Llueven manchas de tiempo se presentan fotografías de “paisaje” siguiendo la definición que apunta Javier Maderuelo; “el paisaje es un concepto inventado o, dicho de otro modo, una construcción cultural. El paisaje no es un lugar físico, sino una serie de ideas, sensaciones y sentimientos que elaboramos a partir de un lugar”[2]. Los lugares de Andrade se construyen con tierra, aire, agua y viento (y curiosamente en Japón incluyen el vacío como quinto elemento), los cuatro elementos presocráticos cuyas combinaciones componen la totalidad del mundo. Tierra/Agua (2014) dos fotografías, en este caso enmarcadas de 47 x 70 centímetros representan esa misma búsqueda de lo esencial. En ellas no hay más que un primer plano del agua y de la tierra en blanco y negro, un juego formal sintético que se inspira de nuevo en lo binario.
Hay en Andrade una preocupación constante por lo poético, como en el título de esta exposición que alude al libro Os eidos del poeta gallego Uxío Novoneyra (Lugo, 1930), un haiku que hace referencia al agua y al clima pero también a esa concepción abierta del tiempo de la que ya hemos hablado con anterioridad. Lo poético es entendido y adoptado como intuición y método, pero también como estructura. No solo por la afinidad con poetas como Hölderlin, Baudelaire, o Rainer María Rilke, con sus tres miradas, romántica, simbólica o modernista de la naturaleza. Lo poético en Andrade se traduce en un exquisito gusto por el ritmo y la composición, además de un audaz empleo de las metáforas y los símbolos. No olvidemos que poética procede del latín poiesis, que significa crear, y crear no es más que un modo diferente de ver y estar en el mundo. Hay en Llueven manchas de tiempo una única pieza textual, un neón de luz blanca (de nuevo la luz está presente) con el adverbio temporal “YA”, que curiosamente según lo enuncies evoca todos los tiempos: el pasado, el presente y el futuro, aunque en Llueve manchas… el tiempo se presenta como no lineal, tautológico y orientalizado. Carla conjuga el lenguaje de la naturaleza desde unidades conceptuales mínimas, como los títulos de sus piezas, sustantivos que designan con sencillez la imagen que refieren. Árboles (2014) son una serie de cinco fotografías de 80 x 100 centímetros enmarcadas, donde lo representado es el error, el accidente, pero esta vez no desde el negativo, sino desde la excepción que surge de la propia naturaleza. En Mapas (2014) sin embargo, sucede algo parecido a lo que describe Borges[3] en el pequeño cuento “Del rigor en la ciencia”, en él narra cómo en un imperio lejano unos cartógrafos se propusieron crear un mapa con tal perfección que el mapa de una provincia ocupaba una ciudad. No satisfechos con esto crearon el mapa de un imperio que tenía las dimensiones del propio imperio. Finalmente tuvieron que “entregarlo a las inclemencias del sol y de los inviernos” pues era inútil. Mapas son dos fotografías de 33 x 40 centímetros tomadas desde un avión doméstico en Nepal. Realmente, como en el cuento de Borges, la cualidad cartográfica se anula convirtiéndose únicamente en metáfora, inútil para la ciencia pero intensamente evocadora para la imaginación.
La compleja simplicidad de las imágenes de Andrade se declina a través de la búsqueda de una geometría subjetiva. Las composiciones de sus encuadres no son sólo de una gran belleza estética, sino que buscan conectar con lo inefable. Un ejemplo claro podría ser Variaciones de pájaros (2014) catorce fotografías de pequeño formato (10 x 15 centímetros) donde trata de generar estructuras formales mediante elementos orgánicos. Ramas y pájaros se alinean para crear una plétora de líneas de fuga imposibles, estructuras fractales que se repiten constantemente en la naturaleza y que, como en la misma obra de Carla, implican un ritual. Lo mismo ocurre en Cables eléctricos (2014) once fotografías dispersas por la sala en las que podemos ver como varias líneas, el elemento geométrico esencial por excelencia, estructuran el paisaje. Ya Vassily Kandinsky[4] precursor de la abstracción pura, describió la línea como “el producto de una fuerza que se ha aplicado en una dirección dada” y le otorgó una dimensión poética: “una línea recta se corresponde con el lirismo, varias fuerzas que se enfrentan forman un drama…”. No solo el contenido de esta serie, sino su disposición en la sala, parecen querer articular un mantra, una evocación ritual que se repite una y otra vez como en una comunión litúrgica. Esa idea de montaje disperso y reincidente es reforzada por otra pieza que se expande por todo el espacio expositivo. Sin título (2014) es una instalación compuesta por guirnaldas de bombillas de 125 mm de diámetro que se encienden y se apagan lentamente en varios puntos del recorrido. La luz se utiliza como estrategia escultórica modeladora del espacio, pasando de la oscuridad al brillo cegador, interfiriendo en la recepción visual del resto de las obras.
Esta búsqueda de la geometría subjetiva responde también a la influencia del paisaje tradicional del ukiyo-e o la estampa japonesa de la escuela edo, donde grandes extensiones del papel se mantienen vacías, sin pintar, no como un boceto inacabado sino como parte necesaria integrante de la composición. Los grabados de paisaje de Katsushika Hokusai, por ejemplo, se componen delicados y abrumadoramente bellos retratando la atmósfera esencial de la naturaleza. Este exquisito minimalismo ha sido heredado, como no podía ser de otra manera, por los fotógrafos nipones contemporáneos. Masao Yamamoto o Hiroshi Sugimoto son dos ejemplos de artistas que inspiran el trabajo fotográfico de Andrade, las atmósferas, el color o su ausencia, la composición de mínimos, la sencillez, el respeto por la naturaleza…cualidades que Andrade recupera y reinterpreta en sus instantáneas.
Al margen de análisis estéticos hay otro aspecto destacable y realmente interesante de la obra de Carla Andrade, y es la reflexión sobre el propio medio fotográfico; Película (2014) es una pieza que conecta plásticamente con el famoso Cuadrado negro sobre fondo blanco de Kazimir Malévich pero que responde a una preocupación de la artista por la película fotográfica como materia prima. En esta serie (tres fotografías sin enmarcar de 50 x 34 centímetros obtenidas de un negativo de 35mm transferido a impresión por chorro de tinta sobre papel archivo) sólo podemos ver un intenso negro. Esta ausencia, o presencia absoluta, es el resultado de escanear la parte de la película que une cada negativo, esa ínfima transición casi cinematográfica. Andrade utiliza la parte física de la película que no ha sido expuesta a la luz, y que sirve de soporte entre disparo y disparo, para explorar la naturaleza de la misma como un objeto con tiempo y espacio propio, huyendo de la representación documental tradicional de la fotografía.
Como una extensión de su trabajo fotográfico surgen sus investigaciones videográficas. A medio camino entre el videoarte y el cine experimental Andrade incide en sus obsesiones aprovechando la dimensión temporal de la imagen en movimiento, potenciando al máximo las cualidades expresivas del medio. Bocanoite (2013) es un vídeo de 16 minutos grabado en HD que se presenta como un estudio de la “imagen-tiempo” de Gilles Deleuze. Sus planos largos y fijos la convierten en una película contemplativa, casi hipnótica, de una inmensa oscuridad psicológica. En él observamos un lago al que va cubriendo la noche conforme pasan los segundos. La edición, mínima, corta la escena sin transiciones acompañado de un sonido ambiente que aparece y desaparece alterando la percepción del tiempo, dejándonos abandonados a nuestros pensamientos. Bocanoite es una sinécdoque donde lo que se evoca no es lo que se ve, sino precisamente el fuera de plano, aquello que solo podemos imaginar. Algo similar ocurre en El desbordamiento (2013) y Luna (2014) ambas piezas, la primera presentada como una proyección sobre un plasma y la segunda montada en una pequeña caja que soporta un Ipad, comparten el paisaje, los planos largos, el subjetivismo de la cámara inmóvil como un tiempo suspendido. El desbordamiento (2013) muestra una superposición de imágenes que responde a esa idea reincidente de la vacuidad que encontramos en lo abigarrado. Un contrapicado enfoca las copas de los árboles que se desdibujan con los rastros de gotas de lluvia que caen. Luna (2014) en cambio es un alegato a la comunión entre lo uno y lo múltiple mediante una suerte de holística universal. Un vídeo de reducidas dimensiones donde el cielo es la metáfora del tiempo, días que se suceden de oscuras noches en un loop eterno.
No es habitual encontrar personajes físicos en la obra de Andrade, quizás un diminuto paseante perdido en la inmensidad del paisaje de otras series del pasado, pero no en las que se presentan en la Casa de las Artes de Vigo. Tan sólo en una única pieza podemos ver la vida diaria de los habitantes de la caótica ciudad de Patán (Nepal). Se vive el presente (2014) es un retrato videográfico de las rutinas de sus habitantes en un intento de eternizar lo cotidiano. En sus refugios urbanos, en los que siempre han vivido y de los posiblemente nunca se marcharán, repiten incansablemente sus rituales huyendo de la caótica ciudad, viviendo el presente como la única opción posible para su supervivencia. En esta pieza grabada en Super8 y en digital se mezcla la emoción: el color de planos cortos grabados a pulso de las acciones humanas, con el blanco y negro y el plano fijo que se corresponde con el ámbito de la mirada intelectualizada; el espacio de la razón.
Magma (2014) en cambio, se presenta como una vídeo instalación tridimensional en la que el espectador no sólo observa, sino que participa de la misma. Miles de partículas de fuego incandescente revolotean a nuestro alrededor dibujando caóticos trazos, desvaneciéndose y reapareciendo de nuevo como en una cadena kármica. La eternidad es representada como combustión molecular capaz de emitir luz sensible sobre nuestra piel. El sonido, en este caso la música, corre a cargo del artista canadiense Jonathan Kawchuk y nos remite a la idea de danza eterna. Da la impresión de que seamos nosotros mismos los que dancemos alrededor de una pira ardiente ritualizando el reino de lo mágico.
Llueven manchas de tiempo se convierte en la exposición individual institucional más extensa de la trayectoria de Carla Andrade. Sesenta y cinco fotografías agrupadas en trece series, seis vídeos y dos instalaciones que se presentan en una constelación de piezas que transmutan lo mirado y lo sentido en un espacio para el pensamiento, reconquistando el arte y la poesía para la cognición.
[1] “Poesía y razón se completan y requieren una a otra. La poesía vendría a ser el pensamiento supremo para captar la realidad íntima de cada cosa, la realidad fluyente, movediza, la radical heterogeneidad del ser. Razón poética, de honda raíz de amor” Zambrano, María, Los intelectuales en el drama de España y escritos de la guerra civil, pág. 177-178.
[2] Tomado de “Carla Andrade. La naturaleza interrogada” de Carlos Delgado Mayordomo en el que cita a MADERUELO, Javier. El paisaje. Actas del II Curso Huesca: Arte y Naturaleza. Huesca: Diputación de Huesca, 1997, p. 10
[3] BORGES, Jorge Luis: “Del rigor en la ciencia” en la sección Museo de El Hacedor (1960)
[4] KANDINSKY, Vasili. Punto y línea sobre plano. Andrómeda. 2005.