José Pedro Croft (Oporto, 1957) es, sin duda, uno de los artistas responsables de la reactivación del arte portugués a partir de los años ochenta, un arte que se mantiene al margen de cambios ideológicos, iconográficos o formalistas desarrollando actitudes críticas e innovadoras. Con una obra de un profundo valor analítico y dialéctico, donde prima la geometría como elemento estructural articulador de planos y colores, representa a Portugal en las bienales internacionales de Venecia y São Paulo. Su producción está presente en importantes colecciones portuguesas y españolas, entre las que se la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, la Pinacoteca del Estado de São Paulo, el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro o el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo de Badajoz, entre otras. La obra de Croft, a medio camino entre la pintura y la escultura, renuncia a lo iconográfico para acercarse al conceptual, al constructivismo ruso o al neoplasticismo holandés, donde existe una propensión a utilizar colores primarios sobre planos bien definidos. Sus pinturas o relieves de gran formato, reafirman el principio de realidad de los materiales, hierros galvanizados pintados con esmalte industrial que crean espacios esculturales de manera pictoricista, paisajes producto de una luz generadora de arquitecturas que desvela la fragilidad de la imagen y su carácter pasajero.
Durante la primera etapa de su trabajo, a mediados de los ochenta, José Pedro Croft manifiesta una profunda admiración por el monumento funerario, que evoca a través del uso de la piedra en tótems verticales entre la columna conmemorativa y la ruina. Progresivamente los contenidos metafóricos se convierten en ejercicios abstractos influidos por su interés en el mobiliario industrial, estanterías, taburetes, mesas y sillas, con los que juega anulando su funcionalidad para convertirlas en esculturas clásicas. Este proceso de deconstrucción se convierte en reflexión metafísica “como principios de explicación y formas según las cuales se articulan las realidades”, esta afirmación de Joan Piaget ilustra la importancia del método estructural en Croft y como este deviene discurso a través del lenguaje de la perspectiva, los planos, las relaciones de simetría, los efectos ópticos y los complejos sistemas de sombras, finalizando las piezas con colores planos, primarios, como el azul cyan, el rojo cadmio o el gris. La destrucción de las formas para la construcción del espacio se consagra como principio básico, mientras se preocupa sistemáticamente de las relaciones espaciales que determinan nociones duales: interior y exterior, peso y ligereza, densidad matérica e inmaterialidad: Nuevas dimensiones espaciales de diálogo con lo arquitectónico, de pintura que se reafirma en lo espacial, como si viéramos un paisaje cegados por la luz del sol, llevando los contornos a sus líneas esenciales, allí donde la frontera entre la escultura, el dibujo y la pintura deja de ser tan clara.