Albano Alfonso (São Paulo, 1964) estudia pintura en los años noventa, interesándose también por la fotografía y la tridimensionalidad como extensiones de lo pictórico. Desde el año 1995 expone individualmente y participa en importantes encuentros como PhotoEspaña09 o la 29a Bienal de São Paulo. Sus obras, presentes en
importantes colecciones de todo el mundo, son heterogéneas en técnicas y temáticas, destacando por un interesante espíritu conciliador entre lo figurativo y lo abstracto, por una práctica de la pintura expandida en pequeños objetos escultóricos de naturaleza simbólica y por un uso indiscutible de la luz, el reflejo y el destello como materia prima de su trabajo. Sus obras suelen evocar una temporalidad contenida y un espacio
desmaterializado, evidenciando conflictos metafísicos relativos a la naturaleza, la afección o la muerte.
En sus primeros trabajos Albano Afonso creaba imágenes mezclando símbolos gráficos, formas geométricas puras e inscripciones abstractas sobre fondos monocromáticos, imágenes que componían estampas paisajísticas inmateriales y vertiginosas. Partiendo de estos experimentos iniciales, se involucra en un ejercicio de
voluntad enciclopédica y de aprehensión histórica sobre el trabajo de pintores clásicos como Velázquez, Manet o Courbet, agujereándolos literalmente, fragmentando y deconstruyendo sus imágenes. Escultor de reflejos y luces, demiurgo de universos especulares a través de la proyección y la duplicidad, Afonso implica así al espectador como parte de la obra en un recorrido conceptual que transita por lo heterotópico, trabajando espacios irreales como los que, según Foucault, se encuentran detrás de las superficies, en la experiencia mediadora del espejo. Su preocupación por el paso del tiempo y su vínculo con los pintores del barroco, como Zurbarán o Caravaggio, se observa en la temática y la iconografía de sus numerosas series de “Vanitas” (Fig XXX), entre el uso de la luz tenebrista y la calavera expuesta. Y es que Albano Alfonso rescata lo sublime y lo alegórico como categorías estéticas, actualizando temas clásicos como el paisaje o la naturaleza muerta y conformando atmósferas desde la fenomenología de la afección.
“Miro mucho la composición, es un diálogo con todas las decisiones anteriores que he tomado. Me fijo en el ritmo, la forma... No existe una regla, un movimiento, yo encuentro mucho más interesante lo intuitivo”.