El poder y la complejidad de la pintura de Carlos Correia (Lisboa, 1975) se desarrolla desde la crítica a una tradición pictórica hipersaturada y la reflexión del estatuto de la imagen en un contexto 2.0. Es en este sentido la pintura de Correia una práctica más que pertinente enmarcada en lo posmoderno, donde la apropiación, la cita, la contaminación de otras disciplinas como el cine o la historia, o la fusión de la alta y baja cultura, deben tener un espacio propio. Así lo han entendido instituciones y galerías, las más importantes del circuito hispano-luso, que han apostando por este valor emergente de la nueva pintura figurativa. Exponiendo en Sâo Paulo, Lisboa, Salzburgo y en ferias como FRIEZE en Londres, PULSE Miami o ARCO Madrid, Correia desarrolla una constante tensión entre temáticas, iconografías, motivos y formas. Su experiencia del individuo desdibujado, a través de distorsiones formales y cromáticas, se plasma en sus aguados acrílicos de factura rápida, pincelada ancha y composición clásica, imbuyéndolo de cierta condición de olvido y desamparo. El tiempo esquizoide de sus escenas, producto de la combinación de elementos reales y ficcionales con el desplazamiento consciente del pasado frente al presente, establece un bucle semántico entre dos categorías hermenéuticas: la esfera del poder simbólico y la del poder ideológico.
La trayectoria de Carlos Correia comienza a despuntar a principios de la primera década del siglo XXI, cuando en sus dibujos primigenios combina escenas de los grandes géneros de la pintura de paisaje, retrato o bodegón. Poco a poco consolida su metodología agrupando las temáticas en series, que a su vez divide en dos: sus pinturas exteriores, combinaciones de referentes reconocibles, con las interiores, más introspectivas y personales. Las primeras plasman sus intereses en la cultura de masas, el Pop, el cine, la literatura o la fotografía en sus series Space Shuttle, Who’s Josephine, Apocalypse Now, Matrix o Robert Capa. Su trabajo de reinterpretación le lleva a combinar cuadros clásicos como en su Serie de los fusilamientos inspirada en los trabajos de Manet o Goya, o en la Serie de los retratos del G8, donde sitúa en el fondo arquitectónico de El juramento de los Horacios, de David, a unos hombrecillos imprecisos, signo sobre símbolo del reto dialéctico de lucha por el poder. Y es que no sólo utiliza recursos de otros lenguajes para sus composiciones pictóricas, sino que también las aplica en los montajes. Inspirándose en la teoría del montaje cinematográfico de Einseinstein, Correia sitúa sus lienzos de modo que generen nuevas narrativas dentro de las historias ya representadas. La experiencia se vuelve metapictórica, a pesar de que la pincelada parezca haberse detenido en el manchado, la primera capa de color dada antes de definir los contornos. La riqueza de los niveles metanarrativos de sus lienzos convierten su pintura en un ideograma semántico, un sudoku visual, capaz de seducir también a nuestros sentidos.
“Hay muchas formas de hacernos volver al pasado: la histórica que reconstruye, la crítica que interpreta, la divulgativa que explica y todas ellas al mismo tiempo. Pero el artista hace una cosa más: “renueva” el pasado”.